Pasado Cero

Pasado Cero, publicada en 2024 por el Fondo de Cultura Económica en la Colección Popular, es una novela del escritor mexicano Óscar de la Borbolla que sumerge al lector en un vertiginoso viaje de autodescubrimiento y suspense. La historia sigue a un protagonista amnésico que despierta en un aeropuerto, disfrazado de mujer, con un maletín repleto de euros y múltiples pasaportes, huyendo de enemigos desconocidos.

FILOSOFÍA

Tízoc Infante G

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"Pasado Cero: El Thriller Existencial Donde tu Ex-Profesor de Filosofía Te Revienta la Cabeza (y te hace reír en el proceso)"

Imagina esto: es tu primer día en la FES Acatlán (UNAM), y un tipo con mirada de niño travieso y sonrisa pícara te suelta: "¿Qué pesa más: el ser o la nada? Discutámoslo después de sobrevivir al Metro Cuatro Caminos a las 6 PM". Ese era Óscar de la Borbolla —mi maestro de Ontología—, el mismo que hoy nos regala Pasado Cero: una novela donde el suspense y la filosofía se abrazan como compadres en una cantina. Si alguna vez te explicó a Heidegger con ironías cotidianas, aquí verás su genio convertido en ficción: un amnésico en tacones, con medio millón de euros y siete pasaportes falsos, corriendo por aeropuertos mientras cuestiona la naturaleza del "yo".

De la Borbolla no es solo un escritor: es un saboteador de certezas. En sus clases, nos volvía adictos a las paradojas: "¿Existes porque piensas? ¿O piensas porque te han contado que existes?". Ese mismo juego perverso late en esta historia. El protagonista —sin nombre, sin memoria— despierta en el AICM vestido de mujer, con un maletín lleno de euros y la certeza de que alguien quiere matarlo. Lo que sigue es una odisea kafkiana: viaja de Lisboa a Estambul inventando identidades como si fueran trajes prestados, mientras la pregunta lo persigue: "¿Soy un héroe o un villano? ¿O solo un actor sin guión?".

El maestro despliega su arsenal: humor negro que corta la tensión como navaja. En medio de una huida, el prota bautiza a un perseguidor como "Señor Bigotazo Telefónico"; en una estación de tren, confunde un retraso con performance vanguardista y aplaude. Pero bajo la carcajada, acecha la filosofía pura: cuando un taxista le ayuda sin preguntas, reflexiona: "¿La bondad es instinto... o solo otro disfraz?". Ahí está Borbolla: usando el thriller para exponer que la identidad es un traje que nos queda grande, y la memoria, un archivo manipulado por no sabemos quién.

Para los que fuimos sus alumnos, leer esto es volver al aula. Reconoces sus obsesiones:

  • La fragilidad del yo (¿acaso no nos hizo escribir ensayos firmando como Schopenhauer?).

  • El humor como antídoto contra el absurdo (como cuando explicaba el suicidio existencial con rísas).

  • La desconfianza en las narrativas oficiales (¿recuerdan sus diatribas contra los libros de texto?).

Este libro quema más que un chile habanero. Vivimos en la era del "identity theft" digital: perfiles falsos, deepfakes, vidas editadas en Instagram. El amnésico de Borbolla somos todos: corriendo con maletines de apariencias, perseguidos por algoritmos que saben más de nosotros que nuestra propia madre. La novela es un espejo deformante: ¿Cuántos "tú" has inventado para sobrevivir? ¿Qué queda cuando borras tu perfil?.

Claro, duele como reprobar un examen sorpresa: el final abierto te deja con ganas de golpear al maestro (¡¿dónde está la respuestas?!), y algunos personajes brillan poco (la femme fatale merecía más caos). Pero es Borbolla: jamás te da tarea resuelta. Como en sus clases, te lanza la carnada filosófica y te dice: "A ver, niño, resuélvelo tú... y si te atoras, ríete de tu propia tragedia".

¿Por qué vale la pena? Porque es Sartre disfrazado de John le Carré. Porque cada página es un recordatorio de que el maestro sigue enseñando: que dudar no es debilidad, sino el músculo del pensamiento. Por esa frase que se te clava como espina: "El pasado no es tu cárcel; es el libreto que puedes rasgar para inventar tu próximo acto... aunque sea en zapatos prestados".

Para los que llevamos Acatlán en el alma, esto es más que novela: es la tesis pendiente que nunca nos atrevimos a escribir. Para nuevos lectores: la entrada perfecta al cerebro de un filósofo que convierte el laberinto identitario en un parque de diversiones. Sí, maestro: aquí seguimos, deshojando la margarita del ser como usted nos enseñó... con miedo, pero con ganas de reírnos en el abismo.

(Y si lee esto: nos debe el café posmoderno que prometió en 2007).